¿Alguna vez has dicho «quiero estar tranquilo/a», pero te has metido en mil cosas que solo te han estresado? ¿O querías cuidarte, pero acabaste comiendo lo primero que pillaste y durmiendo fatal? A todos nos pasa. No es el fin del mundo, pero tiene un nombre: falta de congruencia.
Y aunque suene un poco filosófico, es algo muy práctico. Ser congruente es alinear lo que piensas, sientes y haces. No se trata de ser perfecto, sino de ser coherente. Es vivir en paz contigo mismo y con lo que te rodea.
Muchas veces nos cuesta actuar como realmente lo haríamos por miedo a ser juzgados o rechazados. Y en ese estado terminamos a merced de las expectativas de los demás, dejando de lado nuestros verdaderos deseos.
El mayor regalo de ser congruente contigo mismo es que atraes a personas que te aceptan tal y como eres, sin exigencias para que permanezcas a su lado. Personas que simplemente te dejan ser.
Además, te sientes más conectado contigo, evitando esos vacíos existenciales que aparecen cuando te dejas arrastrar por lo que otros esperan, en lugar de seguir tus propios mandatos internos.
Ser congruente también implica asumir consecuencias: a veces serás “el villano” en la historia de alguien, o intentarán pasarte “la cajita de la culpa” para que rectifiques y sigas el camino que otros quieren. Pero eso es solo una forma de manipulación, y no tienes por qué caer en ella.
Escuchar opiniones está bien —a veces los demás te muestran cosas que tú no ves—, pero la decisión final debe ser fiel a ti. La congruencia no es complacer a todo el mundo, es respetarte a ti mismo.
¿Por qué es tan importante ser congruente?
Porque cuando no hay congruencia, algo dentro hace ruido. No siempre sabemos explicarlo, pero se siente: esa incomodidad, ese cansancio mental, esa sensación de no estar siendo tú del todo. En resumen, inconscientemente te estás traicionando. Y eso trae consecuencias, tanto emocionales como físicas.
Hay algo que deberíamos entender: cuando nuestras acciones no concuerdan con lo que sentimos en el fondo, los problemas empiezan a aparecer… y si no se atienden, terminan manifestándose en el cuerpo físico.
Este enfoque, aunque todavía poco habitual en la medicina occidental, empieza a reconocerse cada vez más: que muchas dolencias físicas pueden estar vinculadas a situaciones emocionales no resueltas. En otras culturas, como la asiática, esta visión se tiene en cuenta desde hace siglos. Un desequilibrio interno puede afectar a distintos órganos del cuerpo. Por eso es tan importante cuidar la congruencia entre nuestro interior y el mundo exterior.
Hace poco vi un podcast que no hablaba directamente de esto, pero que me hizo reflexionar. Trataban el tema de los hábitos: levantarse temprano, duchas frías, rutinas de productividad… Cosas que suenan bien, pero la invitada decía algo clave: «si internamente no estás convencido, el cuerpo lo va a rechazar. Y en lugar de ayudarte, puede provocarte el efecto contrario». Esto me hizo reflexionar sobre la congruencia y en parte lanzarme a escribir estas líneas.
Lo que saco de ahí es que no se trata del hábito en sí, sino de cómo te sientes tú con él. Eso es lo que marca la diferencia entre que algo te beneficie o te perjudique.
Por ejemplo: el famoso consejo de levantarse a las 5 de la mañana. Habrá personas a las que eso les funcione genial. Pero otras simplemente rinden mejor cuando el sol entra por la ventana y su cuerpo se activa de forma natural. ¿Son menos productivas? Probablemente no. Están descansadas, con energía, y empiezan el día en sintonía consigo mismas.
También hay personas más nocturnas, que funcionan mejor en otros horarios. Y eso está bien. Lo importante es conocerse y actuar en consecuencia.
Otro ejemplo sería en cómo percibes una sustancia. Si la sientes como algo nocivo, cada vez que la consumas es probable que te siente mal, incluso aunque no haya una razón física aparente. Suena extraño, pero es más real de lo que parece. Y así pasa con muchas cosas. Si algo en ti lo rechaza —aunque sea inconscientemente—, tarde o temprano se manifiesta de algún modo en tu cuerpo.
¿Qué pasa cuando no somos congruentes? (spoiler: se nota)
No solo afecta a nivel emocional. La falta de congruencia impacta en todos los planos:
Mental/emocional:
- Ansiedad sin motivo claro.
- Dudas constantes.
- Culpa.
- Frustración.
- Sensación de estar desconectado/a de ti mismo(La famosa crisis existencial).
Relaciones:
- Más irritabilidad o malentendidos.
- Dificultad para poner límites.
- Sensación de que nadie te comprende (porque ni tú te estás mostrando del todo).
Físico:
- Cansancio persistente.
- Dolores sin causa médica aparente.
- Problemas para dormir, tensión muscular, malestar digestivo.
La mente y el cuerpo están conectados. Si hay conflicto interno, tarde o temprano se nota por fuera, por eso es importante cultivar la congruencia con uno mismo.
Ejemplos cotidianos
- Dices que quieres tranquilidad, pero estás en todos los líos.
- Hablas de amor propio, pero te criticas y te juzgas duramente en todo momento, mientras complaces a todos lo que te rodean.
- Te molesta que no te escuchen, pero tampoco expresas lo que sientes realmente y terminas actuando como los demás quieren.
- Te saltas tus valores ya sea por que te dejas llevar, lo que luego crea culpa interna o por buscar aceptación de otras personas.
¿Cómo empezar a ser más congruente?
No hace falta cambiar toda tu vida de golpe. Empieza por pasos sencillos:
- Escúchate. Antes de decidir o actuar, pregúntate: ¿esto va conmigo? ¿esto es lo que realmente quiero? ¿Para qué lo haría?
- Aprende a decir “no”. Ser buena persona no implica decir “sí” a todo.
- Obsérvate sin juicio. No se trata de machacarte, sino de comprenderte y terminar haciendo o diciendo lo que realmente tu cuerpo te está diciendo que debes de hacer. Recuerda la energía no miente.
- Corrige con cariño. La congruencia se va afinando. A veces toca rectificar, y eso también es coherente y normal.
¿Y cómo saber si lo estás logrando?
- Te sientes más en calma.
- Descansas mejor.
- Te aceptas más, incluso en tus días regulares.
- Te rodeas de personas con las que puedes ser tú mismo/a, no hay juicio, no hay presión por aparentar lo que no eres.